John Luke
(Belfast, 1906–1975)
The Tipster, 1928
Ulster Museum, Belfast, Irlanda del Norte
Pearson, el informante
Conocido en todos los ambientes del turf, Pearson, el informante, siempre tenía algún dato preciso para los aficionados de apostar fuerte: la fija, el tapado, la sorpresa… y de allí obtenía sus beneficios. Propietarios y entrenadores de caballos lo buscaban para propagar información, fiable o no, sobre algún pupilo, e incluso algunos jockeys propensos a maniobras dudosas también pactaban con él para negocios particulares.
De inconfundible y elegante figura, el informante no faltaba a ninguna cita en el hipódromo ni a las veladas en el club hípico o cualquier reunión donde anduviera su clientela. Y así como distribuía información, también sabía recolectarla. Por eso obtenía otros ingresos con los datos que pasaba a los de investigaciones: qué hacían algunos políticos y empresarios, con quiénes se juntaban, de qué hablaban, mujeres, vicios, cualquier cosa que llamara su atención. Del escalón de abajo, Pearson recopilaba chismes, rumores, comentarios y todo lo que permitiera prever o resolver algún delito.
Pudo haber sido recordado por su infalibilidad y prestancia, también por su ductilidad en el trato, que le permitía caer bien en todas las clases sociales. Pero llegó el día en que Pearson cometió un error: pasó una información íntima sobre alguien con quien no debió meterse, y el dato llevaba su marca indeleble en el orillo. A la medianoche un caballo desbocado pasó por la avenida del hipódromo arrastrando a un sujeto que daba alaridos, atado por los pies. Cuando finalmente lograron detenerlo, se encontraron con el cuerpo de Pearson destrozado. Como una ironía, colgaba de un matungo ordinario, distante de los que frecuentó en vida.
No hubo velorio ni exequias, y aun aquellos a los que hizo ganar dinero lo recordaron siempre como el buchón.