Lily Furedi
(Budapest, 1896 – Nueva York, 1969)
The subway, 1934
Smithsonian American Art Museum, Washington DC

 

En el vagón

–Arrimate que te lo digo en voz baja. ¿Viste quién es la que está al frente pintándose los labios?
–No la ubico.
–La que andaba con el ferretero. La turra lo pasaba a buscar en un taxi a la siesta y se iban juntos. Yo la vi varias veces.
–Bueno… el ferretero es viudo, nada se lo prohibe.
–Sí, pero tiene como veinte años más que ella.
–Mi Julián me lleva quince…
–¿Quince?… Ah, mirá vos. No sabía.
–Quince años. Y acá estamos.
–Pero esto es diferente. La plata, querida. ¿Qué otra cosa podía buscar? Decí que parece que no se ven más, o capaz que él le ha puesto un departamento.
–Nunca la había visto. Es una linda mujer.
–No te des vuelta. Tenés atrás a Giuliano, el marido de la Elsa.
–¿El músico?
–Sí, está dormido con un estuche en la mano, me parece que de violín.
–Es violinista.
–Qué boluda la Elsa, lo tenía en bandeja al inglés estanciero y se quedó con este que nunca dejará de ser pobre.
–Giuliano la quería, y me parece que ella también.
–Ah, pero hay que pensar para adelante, qué futuro te puede dar aquel con el que te vas a acollarar.
–No sé… cada uno con lo suyo. Capaz que la Elsa es feliz así.
–Y al lado va el pibe de los Maggiolo. ¡Qué desperdicio ese chico! Podría haber seguido una carrera y ahí lo tenés, vestido de mameluco.
–Trabaja en una fábrica. Le gusta lo que hace. Me lo dijo mi hija, que lo conoce desde chica.
–Ya se va a arrepentir cuando vea que sus amigos ponen la placa en la puerta.
–No todos ponen placa. Mi hija se va a dedicar a la docencia y no la pondrá.
–¿No va para doctora?
–No, estudia historia.
–Pero ¡bueno! ¡Si está todo el barrio en el vagón! La veo a la mujer del farmacéutico.
–Ah, la señora Furlan.
–Será de Furlan, si es que están casados, porque creo que él es separado. ¿No viste que tiene un hijo que ya tiene que andar por los cuarenta?
–No lo conozco. Es muy simpática la señora.
–Debe serlo, porque está hablando con ese haitiano del bar.
–Es cubano, no haitiano.
–¡¿Cubano?!… Supongo que no será comunista, ¿no? Porque solo eso falta en el barrio.
–Es profesor de baile.
–¿No te digo? ¿De qué vive un profesor de baile?
–Creo que tiene muchos alumnos. Gente mayor, sobre todo.
–Él le está leyendo algo del diario. Capaz que es un diario comunista.
–No creo. Te veo bien vestida. ¿Venís de algo importante?
–No, de pagar unas cuentas. Pero me arreglo porque en el metro siempre te encontrás con gente del barrio y son muy de opinar de los demás.

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