SALA 8 - FÍGARO FÍGARO FÍGARO
El mutilador
(Una fobia singular)
Nikolaos Gyzis
(Grecia, 1842 – Alemania, 1901)
El peluquero, 1880
Colección particular
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/93/Nikolaos_Gyzis_-_The_Barber.jpg
Todo iba bien mientras te ponías al día con las revistas. El Gráfico, Goles, Patoruzú… infaltables en una mesita sobre la que se apilaban, identificadas en letra trabajosa con el apellido del peluquero, que no era el autor de la rúbrica, sino obra del canillita. Después, el azar. Podía ser que te sentaras y aquello transcurriera rápido y sin dolor, pero sucedía a veces que la operación se hacía lenta y ligaras algún tajo. Por cierto que no había elección de estilo ni opciones de largo. El fígaro no hacía cursos de perfeccionamiento ni estaba suscripto a ninguna publicación de estética capilar. Empezaba con un poco de tijera por arriba, luego seguía con una máquina manual que se accionaba como esas manoplas ejercitadoras de manos y terminaba su faena con la navaja. Uno sentado en el potro de torturas veía como el verdugo sacaba el arma de un estuche y procedía a asentar el filo en una tira de de cuero colgada de la pared, momento en que parecía distraer su atención y cambiaba algunas palabras con cualquiera de los que esperaban (nunca con su víctima, como siempre ha sido usual durante las ejecuciones). Inmediatamente retomaba su impronta de cirujano y tras rociar con agua la zona arremetía contra todo lo que el cacharro manual no había podido eliminar, sobre todo la pelusa, que era la niebla que empañaba su obra. Nuca y patilla, sin piedad. Arrasado todo, untaba la zona con algo que ardía y terminaba la obra con una polvorosa ráfaga de talco.
Inmediatamente quitaba el manto con el que cubría a los clientes de los restos capilares de su tarea y lo sacudía en el piso. Uno levantaba la vista hacia el espejo y veía en primer lugar las velas desplegadas de las orejas, visiblemente salidas, como si quisieran escaparse hacia direcciones opuestas, y no se sentía a gusto con la imagen reflejada. A su vez, él arrimaba un espejo de mano a la nuca para que se viera la tala realizada ahí, con lo que la depresión era aún mayor.
Cuando el cliente resignado metía la mano en el bolsillo, el potencial decapitador ya había recogido con un escobillón el material caído y lo estaba depositando en un recipiente ad hoc. Allí se efectuaba el pago, que usualmente no requería vuelto y uno podía retirarse o darle una última mirada al Patoruzú, para terminar alguna historieta que dejó inconclusa antes de sentarse en el cadalso.
Es extraño, pero este ha sido siempre un rito socialmente aceptado. Cuesta entender que a la humanidad le resulte natural la existencia de ejecutores de periódicas mutilaciones.
Ilya Bolotowsky
(San Petersburgo, 1907 – Nueva York, 1981)
En la peluquería, 1934
Smithsonian American Art Museum, Washington DC
Henry Koerner
(Austria, 1915 – 1991)
La barbería, 1948
Whitney Museum of American Art, Nueva York
Nikolay Ulyánov
(Rusia, 1877 – 1949)
Autorretrato con barbero, 1914 – 1923
Galería Estatal Tretiakov, Moscú
https://www.tretyakovgallery.ru/exhibitions/o/nikolay-ulyanov-iskusstvo-bez-manifesta
William P. Roberts
(Londres, 1895 – 1980)
Barber’s Shop, 1946
Colección particular
https://www.invaluable.com/auction-lot/william-roberts-r-a-the-barbers-shop-11-c-27245a19df
Cundo Bermudez
(La Habana, 1914 – Miami, 2008)
La barbería, 1942
Museum of Modern Art, Nueva York

