Antonio Berni
(Rosario, 1915 – Buenos Aires, 1981)
Orquesta típica, 1939 – 1975
Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.
Madroni
Yo me movía discreto por el escenario, llevando mensajes, acomodando algún micrófono o pasándole la hoja de la partitura al pianista, que a veces no conocía bien el tema, siempre tratando de no llamar la atención. Para eso tenía que sacarme el saco de lamé que usábamos los de la tropical. Los otros que no tocaban en la típica se iban a copetear al bufé; yo era apenas un adolescente, y como era el más nuevo me tenían de mandadero.
Por eso también conocí algunas internas de la orquesta. Madroni, el cantante, escondía una petaca atrás del piano y al final de cada tema se echaba un trago. En actuaciones largas terminaba a los tumbos. La voz femenina era la Elsa, la mujer de Cardrich, nuestro director, mucho más joven que él, y tenía algún asunto con el flaco del violín. Madroni no era Madroni ni tampoco la Elsa se presentaba así, todos teníamos un nombre de fantasía que nos había puesto Cardrich y por él nos trataba: los de la típica estaban relacionados con el tango, y los de la tropical eran una mezcla de héroes de historieta y geografía centroamericana. Yo era Johnny Caribe, que después supe que así se llamaba un caballo de carrera que el viejo tuvo años antes.
Por entonces tocaba las tumbadoras. Había unas en mi casa, de un hermano de mi vieja al que no conocí, que una tarde cuando no había nadie empecé a meterles mano. Al principio me subía a un banquito para llegar a los cueros. Poco después ponía la radio y acompañaba cualquier ritmo. Para los lugares donde nos presentábamos lo mío era más que suficiente.
Mi vieja al principio no quiso saber nada con lo de la orquesta, pero Cardrich le dijo que él se haría responsable de mí y que, además, ganaría unos buenos pesos. Palabras mágicas que le hicieron cambiar de parecer: su pareja había volado y en casa éramos tres y la única plata que entraba era la de su sueldo de enfermera. Igual el viejo le dijo eso para convencerla, porque jamás le importó en qué andaba yo y me pagaba una miseria.
Puede que no sea para jactarme, pero estar parado ahí arriba y ver cómo nos miraban las parejas de bailarines me hicieron sentir importante, tuve varias novias y hasta creí que así sería de fácil la vida.
Un día Cardrich disolvió la orquesta y aquello se fue a la mierda.
Conseguí trabajo en el correo como cartero. Me casé, tuve hijos y sin darme cuenta me fueron pasando los años.
Cuando estaba cerca de jubilarme, una mañana mi mujer me descubrió llenando la petaca.
Parecés Madroni, me dijo la flaca.
Ya está ajada, pero cuando la conocí en un baile de carnaval qué linda era.