Edward Hopper
(EEUU, 1882–1967)
Nighthawks, 1942
Art Institute of Chicago

 

Impensado acceso a la inmortalidad

Salió a caminar un viernes al anochecer. En una esquina descubrió un bar que no recordaba haber visto antes. Todo el frente era una vidriera de grandes dimensiones y en la cenefa un cartel anunciaba el nombre. PHILLIES, decía.
No había mesas, solo una barra en L con taburetes ocupados por una pareja en un costado y un sujeto solo en el otro.  El barman, vestido de blanco y con un birrete que le daba aspecto de marinero, trabajaba semidoblado a la vez que parecía dialogar con la pareja.
Nunca le encontró gracia a beber solo en un bar, ni siquiera un café, y solo lo hizo cuando tuvo que esperar o encontrarse con alguien. Pero esa vez sintió un repentino entusiasmo por acodarse a la barra y pedir un trago, un trago largo.
Apenas traspuso la puerta, el solitario lo llamó con gestos ampulosos.
Se acercó y el hombre se puso de pie y lo invitó, casi lo obligó a ocupar su lugar. Sentado en el taburete escuchó que el otro le decía que estaba convencido de que lo conocía y que a juzgar por la seguridad con que había entrado al Phillies no dudaba de que tenían los mismos hábitos nocturnos. Él intentó responderle a la vez que llevaba la mano a la cabeza para sacarse el sombrero.
–No se lo quite –dijo el hombre tomándole el brazo–, aquí todos lo usamos. Además, así nos vemos muy parecidos, tanto que cualquiera diría que somos hermanos.
Sin inmutarse él le aclaró que su ingreso fue solo casual y que sus hábitos eran hogareños. Claramente hogareños, recalcó. El hombre sólo cabeceó y con una mueca le dijo que era un afortunado en haber entrado a ese bar que sería parte de la historia de la cultura. Usted también lo será, agregó mientras lo palmeaba. Que disfrute su trago, concluyó. Tocó el ala de su sombrero y se fue.
A él le pareció que ponía llave a la puerta.
El barman seguía enredado con la pareja en una conversación que no se distinguía. En verdad, no se escuchaba nada en el Phillies, ni voces ni música.
De reojo vio pasar al hombre por la vereda, sonriendo y hablando solo. Del otro lado de la calle alguien había puesto un caballete y pintaba.

 

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