Georg Scholz
(Alemania, 1890 – 1945)
La casilla del guardabarreras, 1925
Stiftung Museum Kunstpalast, Düsseldorf

Trébol

Éramos tres hermanos. Un trébol, decía el padrino, porque siempre andábamos juntos y vestidos igual. Y tenía razón: nos unía la orfandad y la pobreza, y la ropa hecha por su mujer, a la que le decíamos abuela, que nos uniformaba con unos mamelucos confeccionados con la misma tela tosca. Además, nos parecíamos, y tanto que nadie podría haber dicho el orden de edades.
De día éramos como los demás niños y hacíamos lo que todos. Jugábamos a la pelota, cazábamos pájaros, merodeábamos por el arroyo… También íbamos a la escuela, que tenía solo dos grados: uno para los más chicos, donde se aprendía a leer y escribir, y el otro en el que todo se complicaba. Entonces nos arreglamos para mantenernos juntos en el básico hasta que el último de nosotros estuvo en condiciones de pasar al siguiente.
Una tarde el padrino dijo que esa noche pasaría El Meteoro, un tren de pasajeros que era veloz como ninguno y que quien lo tomaba se dormía en la montaña y despertaba al otro día junto al mar, o al revés. El tren no paraba en la soledad donde vivíamos, solo el postal al pasar por la estación medio derruida de vez en cuando aminoraba la marcha, tiraba un par de sacas y seguía viaje. A la hora de acostarnos saludamos y nos fuimos a la cama como siempre, pero apenas calculamos que todos dormían nos descolgamos por la ventana y rumbeamos para el lado de las vías. Fuimos a la caseta del guardabarreras, junto a la ruta del norte, que nos quedaba más cerca y donde podíamos espiar sin ser vistos.
Cuando llegamos había luz en la caseta y distinguimos al encargado mirando fijo hacia el lado de donde vendría El Meteoro. A poco de instalarnos vimos un resplandor lejano. El guardabarreras manipuló unas palancas, las señales se movieron con un ruido seco y las barreras, sin ninguna luz que las anunciara, bajaron hasta ponerse horizontales. Junto a ellas se instaló el hombre con un farol y se puso a agitarlo, en el medio de la ruta, para que los pocos vehículos que a esa hora la transitaban repararan en la prohibición de pasar. El resplandor se fue agrandando, empezamos a sentir como un temblor y de repente una mole imponente pasó a toda velocidad a pocos metros de nuestro escondite con un estruendo que nos aturdió.
Las barreras volvieron a subir y todo quedó en silencio. Tirados en el pasto ninguno habló. Nos quedamos mirando las estrellas hasta que tuvimos frio. Cuando nos incorporamos para pegar la vuelta vimos que el hombre de la caseta apagaba la luz y se retiraba. Aguardamos. Subió a una moto y partió.
Siempre fue así, siempre pasó lo mismo. Parecía que las ideas nos entraban a los tres al mismo tiempo, como si no solo nos vistiéramos igual: también pensáramos lo mismo. Nos acercamos a la caseta, tanteamos la puerta y comprobamos que no tenía llave. Abrimos y encendimos un fósforo. No encontramos nada para llevarnos. Empezamos a mover las palancas, hasta que se bajó la barrera. Quisimos levantarla pero no pudimos, por lo que decidimos abandonar aquello. Entonces salimos, cerramos la puerta y volvimos a casa.
Cuando estábamos a mitad de camino escuchamos una explosión. Al llegar vimos el perfil del abuelo en el patio, mirando hacia el lado de las vías. Sigilosos trepamos la ventana y nos acostamos. Nos dormimos en el acto.
A la mañana siguiente para el desayuno estaban el padrino y la abuela, como siempre, pero también una mujer de gesto agrio y dos enfermeros corpulentos. Dijeron que lo de la noche anterior era una barbaridad, que necesitábamos más control y por lo tanto ya no podíamos estar más ahí y que suerte que éramos menores porque si no otra sería la cuestión.
La abuela lloraba y el padrino nos miraba con un gesto extraño. Siempre pensamos que éramos una carga para él. Nosotros mantuvimos el silencio hasta que dijimos que iríamos a juntar nuestra ropa.
Fuimos a la habitación, alzamos unas pocas cosas y nos descolgamos por la ventana.
Eso fue hace mucho.
Nos mantuvimos juntos hasta que pudimos separarnos. Después, no nos vimos más.

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