Los cortasetos

(una historia setentista)

Empezaron unos pocos. Luego el grupo creció, tal vez demasiado rápido porque pronto hubo una desbandada y quedaron los del comienzo, de los que no todos eran constantes.
Los cortasetos. Ellos se autodenominaban con otro nombre, que nunca fue recordado; en cambio, la sola mención de la palabra con que todos los llamaban ya infundaba cierto respeto. Eran como las hormigas cortadoras, que en pocas horas modificaban todo lo verde que encontraban; además, cuando aparecían con sus herramientas nadie se metía.
Siempre tenían material: extensos jardines abandonados, parques olvidados, terrenos baldíos con la vegetación apropiada (que ellos detectaban o alguien les informaba)… En un corto y variable tiempo la amorfa masa vegetal se transformaba en figuras de distintos tipos y tamaños. Un ciprés tusado con forma de Quijote. La maraña descontrolada de hiedras convertida en templo griego. Un espeso cañaveral transformado en barco.
Los ecologistas los combatían. Los políticos los miraban con recelo. Pronto la comisión de moral del club social elevó quejas por un ligustro de enormes pechos y prominentes glúteos. Un arbusto de la plaza pasó a ser un burro, sobre el que cada mañana aparecía un cartel distinto con el nombre de algún vecino al que le adjudicaban la semejanza.
Pasaron a la clandestinidad.
Entonces empezó lo bueno. Cuatro tuyas en línea tomaron la forma de sendas monjas cargando algo de aspecto fálico: problemas con la iglesia. El intendente se lanzó a perseguirlos cuando vio un boj que remedaba su perfil de corta estatura adornado con un par de cuernos.
Comenzó la búsqueda, casa por casa, de los denominados subversivos. Inocentes jubilados propietarios de vetustas tijeras de podar eran llevados a la comisaría por averiguación de antecedentes. Todo aquel que tenía una escalera extensible quedaba registrado y se le decomisaba tan sospechosa herramienta. A un reconocido arquitecto le encontraron un libro sobre los jardines de las Tullerías, profusamente ilustrado, y quien estaba a cargo del procedimiento no dudó en llevarse el libro y a su propietario esposado. Tuvo amplia repercusión el escándalo que hizo la encargada de la biblioteca cuando una partida oficial decomisó un manual de arte topiario que dormía cubierto de polvo en un estante.
No hubo más apariciones de los cortasetos, con lo que el intendente, el secretario de seguridad, el jefe de policía, la jerarquía eclesiástica y figurones de otras actividades similares convocaron para un atardecer a una conferencia de prensa, de acceso libre para todos, en la explanada del palacio de gobierno, engalanado para la ocasión. Se jactaron del éxito de la operación ejecutada: para no manchar los antecedentes de nadie, los sospechosos estaban libres, pero habían sido debidamente fichados y tenían restricciones para la circulación nocturna, con lo que ya no habría más depredadores en esa digna ciudad, siempre respetuosa de la flora existente y la por venir. Y para dar crédito a esas palabras se quitó un plástico que cubría una considerable superficie a la entrada del palacio con lo que quedó descubierto un arreglo floral de varias decenas de macetas con flores que dibujaban una enorme palabra en letras mayúsculas.
P A Z, decía el diseño.
La gente aplaudió con escaso entusiasmo y los convocantes se retiraron puertas adentro a festejar con champagne y bocaditos.
A la mañana siguiente los primeros que pasaron por el lugar vieron el nuevo orden en que estaban dispuestas las macetas. Formaban letras cada una de un color, y hasta pasado el mediodía, cuando un par de empleados desarmaron el arreglo, todos pudieron leer, claramente, B O B O S.

Scroll al inicio